En el palpito de un adios...
Pero es totalmente lo contrario. ¿Por qué quedarse con las ganas de volver al mismo helado si existen tantos otros en exibición? Así es el amor, cuando se va, queda la sensación insipiente, egoísta, maltrecha, angustiosa y discreta. Aquella sensación que recorre los pasillos de un hospital abandonado, latente y transparente como las almas en pena que reclaman algo que quedo en el pasado y no pueden hacer nada para solucionarlo.
Al menos que existiese una manera loca y fantasiosa de las películas que vemos actualmente. Al menos que ese helado no se derritiese jamás o que nunca se acabara en su consistencia, textura, sabor... sea infinito, simplemente... inmortal.
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