martes, 23 de febrero de 2010

En el palpito de un adios...

Si las cosas fueran tan simples como comer un helado y que el sabor extremadamente delicioso no se quedara en la mente... decir un adiós debería tener el mismo efecto, sin quedarse con las ganas locas de volver a disfrutar aquel helado favorito...
Pero es totalmente lo contrario. ¿Por qué quedarse con las ganas de volver al mismo helado si existen tantos otros en exibición? Así es el amor, cuando se va, queda la sensación insipiente, egoísta, maltrecha, angustiosa y discreta. Aquella sensación que recorre los pasillos de un hospital abandonado, latente y transparente como las almas en pena que reclaman algo que quedo en el pasado y no pueden hacer nada para solucionarlo.
Al menos que existiese una manera loca y fantasiosa de las películas que vemos actualmente. Al menos que ese helado no se derritiese jamás o que nunca se acabara en su consistencia, textura, sabor... sea infinito, simplemente... inmortal.

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