jueves, 25 de noviembre de 2010

Montesquiev cuenta en historia verdadera que un genio propuso un día a un pobre hombre transformarlo a su elección, en ese rey o en ese rico propietario, o en ese opulento mercader a quienes envidiaba frecuentemente. El pobre duda, y para terminar, no puede decidirse a ningún cambio, se queda en su piel. Cada hombre envidia la suerte de otro, concluye Montesquiev, pero ninguno aceptaría ser otro. Y en efecto envidio la situación de otro si se me aparece como un punto de partida que yo mismo superaré, pero el ser de otro cerrado sobre sí, fijo, separado de mí, no puede ser objeto de ningún deseo. Es desde el corazón de mi vida, que yo deseo, prefiero, rechazo.